"Es asunto de la iglesia reconocer que la vocación secular, como tal, es sagrada.
Los cristianos, y particularmente el clero cristiano, deben comprender en sus cabezas que cuando un hombre o mujer tiene un llamado a un puesto particular en el trabajo secular, esa es vocación tan verdadera como si él o ella fuera llamado a un trabajo religioso específico. La iglesia debe preocuparse no solo con preguntas como precios justos y condiciones de trabajo apropiadas: ella debe ocuparse de mirar que el trabajo en sí mismo sea tal que un humano lo ejecute sin degradarse –que nadie sea requerido por la economía o cualquier otra consideración a consagrarse a trabajar en un trabajo que es despreciable, destructor del alma o peligroso. No es adecuado para la iglesia asentir a la noción de que la vida del hombre está dividida entre el tiempo que pasa en el trabajo y el tiempo que pasa sirviendo a Dios.
Debe ser capaz de servir a Dios en el trabajo, y el trabajo en sí mismo debe ser aceptado y respetado como un medio de creación divina.
En nada la iglesia ha perdido tanto su percepción de la realidad como en su error en entender y respetar la vocación secular. Ella ha dejado que el trabajo y la religión sean departamentos separados, y está asombrada de encontrar que, como resultado, el trabajo secular del mundo se ha tornado en puro egoísmo y fines destructivos, y que la mayor parte de los trabajadores inteligentes del mundo se han convertido en profanos o, cuando menos, desinteresados en la religión.
¿Pero resulta acaso sorprendente? ¿Cómo puede alguien mantenerse interesado en una religión que parece no tener que ver con nueve décimos de nuestras vidas? El enfoque de la iglesia a un carpintero inteligente está usualmente confinado a exhortarle a que no se embriague ni ande desordenadamente en su tiempo libre, y que venga a la iglesia los domingos. Lo que la iglesia debería estar diciéndole es que la primera exigencia que su religión pone sobre él es que haga buenas mesas.
Ella es iglesia usando todos los medios y formas decentes de goce, ciertamente –¿pero de qué sirve todo ello si en el centro de su vida y ocupación está insultando a Dios con mala carpintería?
[...] Ninguna piedad en el trabajador compensará un trabajo que no es verdadero en sí mismo; porque cualquier trabajo infiel a su propia técnica es una mentira viviente.
Y sin embargo, en su propia arquitectura, en su arte y música, en sus himnos y oraciones, en sus sermones y en sus pequeños libros devocionales, la iglesia está tolerando o permitiendo que una intención beata excuse un obrar tan feo, tan pretencioso, tan despreciable y necio, tan hipócrita e insípido, tan malo como para conmocionar y horrorizar a cualquier creador.
¿Y por qué? Simplemente porque ella ha perdido todo sentido del hecho de que la eterna verdad viviente se expresa en el trabajo en la medida en que éste es genuino en sí mismo, para sí mismo, según los estándares de su propia técnica. Ella ha olvidado que la vocación secular es sagrada. Ha olvidado que una construcción debe ser buena arquitectura antes de ser una buena iglesia; que una pintura debe estar bien hecha antes de ser una buena pintura sagrada; que el trabajo debe ser buen trabajo antes de que se llame obra de Dios.
Que la iglesia recuerde esto: que cada fabricante y trabajador está llamado a servir a Dios en su profesión o especialización –no fuera de ella. Los apóstoles lo vieron correctamente cuando dijeron que el dejar la palabra de Dios y servir las mesas en su caso habría sido incumplimiento; su vocación era predicar la palabra. Pero la persona cuya vocación es preparar la comida excelentemente podría con la misma justicia protestar: para nosotros no es cumplir el dejar el servicio de nuestras mesas para predicar la palabra.
La iglesia oficial pierde tiempo y energía, y más aún, comete sacrilegio, al demandar que los trabajadores seculares abandonen su vocación formal para realizar trabajo cristiano –el cual ella entiende como trabajo eclesial. El único trabajo cristiano es el trabajo bien hecho. Que la iglesia vea que los trabajadores son personas cristianas y hacen su trabajo bien hecho, como para Dios: así todo el trabajo será trabajo cristiano, tanto si es un bordado para la iglesia como si es tratamiento de aguas servidas. Como dijo Jaques Maritain: “Si quieres producir trabajo cristiano, sé un cristiano y trata de hacer un buen trabajo sobre el cual has puesto tu corazón; no intentes adoptar una apariencia cristiana”. Él está en lo correcto, y que la iglesia recuerde que la belleza del trabajo será juzgada por sí misma, y no por estándares eclesiásticos.
Permítanme ilustrar lo que quiero decir. Cuando mi obra El celo de Su casa fue producida en Londres, una querida y piadosa mujer fue muy tocada por la belleza de los cuatro arcángeles parados durante la obra en sus pesadas batas de oro, de tres metros de pie a cabeza. La mujer me preguntó con gran inocencia si acaso es que había seleccionado a los actores “por la excelencia de su carácter moral”. Yo le respondí que los ángeles fueron seleccionados para comenzar, no por mí sino por el productor, quien tenía las calificaciones técnicas para seleccionar actores aptos –porque esa era parte de su vocación; que
seleccionó, en primer lugar, hombres jóvenes que eran de un metro ochenta de altura, de manera tal que juntos combinaran bien; en segundo lugar, que los ángeles tenían que tener una condición física apropiada, para que pudieran estar de pie firmes durante dos horas y media, soportando el peso de sus alas
y vestuario, sin tambalearse, inquietarse o desmayarse; en tercer lugar, que tenían que ser capaces de hablar sus líneas con voz agradable y audible; en cuarto lugar, que tenían que ser actores razonablemente buenos. Cuando todas estas condiciones técnicas fueran cumplidas, podríamos entrar a revisar calidad moral, materia en que la primera condición sería la habilidad de llegar al escenario puntualmente y en sobria condición, porque el telón debe levantarse y un ángel bebido podría resultar indecoroso.
Luego de eso, y sólo luego de eso, uno podría tomar en consideración el carácter. Pero, dado que su comportamiento no fuese tan bochornoso como para causar disensiones entre la compañía, el tipo adecuado de actor sin excelencia moral podría otorgar por lejos un desempeño más creíble que un devoto actor con malas calificaciones técnicas. Las peores películas religiosas que he visto fueron producidas por compañías que eligieron su staff exclusivamente por su piedad. Mala fotografía, mala actuación y malos diálogos han producido un resultado tan grotescamente irreverente que las películas no pueden ser
exhibidas en las iglesias sin llevar a que el cristianismo sea despreciado.
A Dios no se le sirve a través de la incompetencia técnica; e incompetencia y falsedad siempre se presentan cuando a la vocación secular se le trata como una cosa ajena a la religión. Y a la inversa: cuando uno encuentra un hombre que es cristiano adorando a Dios mediante la excelencia de su trabajo, no lo distraiga ni lo aparte de su apropiada vocación para dirigir reuniones religiosas y abrir locales de iglesia. Déjelo servir a Dios de la manera en que Dios lo ha llamado. Si lo aparta de ello, se cansará con una técnica que le es ajena y perderá su capacidad para realizar su dedicado trabajo.
El negocio de ustedes, hombres de iglesia, es que este hombre pueda obtener todo lo bueno que pueda de guardar su trabajo –no apartarlo de él para que ejecute trabajo de iglesia para ustedes. Si usted tiene algo de poder, ocúpese de que haga su propio trabajo libremente, así como tiene que hacerlo. No está ahí para servirle; está ahí para servir a Dios sirviendo a su trabajo."
Fragmento extraído de lo publicado por Dorothy Sayers como “Why Work” en Creed or Chaos? and other Essays in Popular Theology Methuen, Londres, 1947
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